Dos filas de automóviles enfrentados crean un camino de luz en aquella noche en Los Ángeles. Es una pasarela letal sobre la que los protagonistas de la película «Rebelde sin causa» (1955) disputarán una carrera demencial. Están en un acantilado y al final del recorrido se encuentra el precipicio. La competencia entre Jim Stark (protagonizado por el trágico James Dean) y Buzz Gunderson (Corey Allen) consiste en conducir a toda velocidad para precipitar los automóviles que manejan al abismo. El primero en saltar, pierde. Y es declarado «gallina». De hecho, el duelo es denominado en el filme como «chickie run». La icónica escena le ha dado nombre a una de las situaciones paradigmáticas que tanto la matemática como la sociología estudian en la «teoría de los juegos». Hace casi 70 años, el séptimo arte graficaba de manera impar «el juego de la gallina».El director Nicholas Ray lleva a la pantalla grande, de esta manera, una metáfora sobre una instancia en la que dos bandos en pugna ingresan en una dinámica en la que ambos tienen todo por perder. Esa lógica domina la escena argentina y grafica acabadamente la vinculación entre el Poder Ejecutivo Nacional y los gobernadores. Una relación que, por estas horas, atraviesa momentos cruciales.Sin frenarEl gobierno libertario cumplirá pasado mañana su primer trimestre y este breve período se parece demasiado a un reto entre la Nación y las provincias acelerando hacia un abismo común: el de la ingobernabilidad. La escalada es harto conocida. La gestión de Javier Milei asumió el 10 de diciembre y fue a fondo con su política de «déficit cero». Era eso, planteó el jefe de Estado, o una hiperinflación de cinco dígitos. Los mandatarios provinciales, a la par, le plantearon al oficialismo nacional, tan minoritario en el Congreso de la Nación, que estaba pendiente de discutir el financiamiento de sus distritos. Unos pidieron restituir la cuarta categoría del Impuesto a las Ganancias, eliminada por el ministro de Economía Sergio Massa en campaña. Otros demandaron compensar ese financiamiento mediante la coparticipación del Impuesto País y la redistribución del Impuesto al Cheque. Era eso, dijeron, o caer en una espiral de incumplimientos: con los vencimientos de deuda, con los salarios, con los servicios públicos. Milei avanzó con el dictado del DNU 70/23 y el proyecto de «Ley Bases».Cuando llegó enero, los gobernadores y sus diputados comenzaron a podar la «ley ómnibus». La Casa Rosada, en tanto, eliminó los recursos no automáticos (los dineros discrecionales que se distribuyen por fuera de la coparticipación) y anunció que había logrado el superávit primario y el fiscal. Los senadores, en paralelo, empezaron a reclamar el tratamiento urgente del DNU, al sólo efecto de rechazarlo. Milei defenestró a los gobernadores, acusándolos de no estar dispuestos a «ajustar» como lo hacía su administración. La «Ley Bases» consiguió ser aprobada en general. Pero a la hora del tratamiento en particular fracasó. El Presidente retiró la norma y eliminó el Fondo de Compensación al Transporte Públicos del Interior y el Fondo de Incentivo Docente. Rompió lanzas con el peronismo cordobés y ejecutó la deuda de Chubut con el Fondo Fiduciario de Desarrollo del Interior sin refinanciación: le retuvo el 30% de la coparticipación. Las provincias se alzaron, en especial las patagónicas, que amenazaron con suspender la producción de petróleo. Tierra del Fuego, inclusive, paralizó esa actividad durante 24 horas? Y llegó marzo.A fondoLa teoría de los juegos investiga el «juego de la gallina» en el marco de los métodos de negociación. Es un esquema en el que las dos partes se rehúsan a realizar concesiones: la premisa es que el final está próximo. La apuesta es clara: antes que caer al vacío, el sentido común llevará al otro a ceder. De manera que la intransigencia se presenta como condición indispensable para salir airoso.Precisamente, en el «chickie run» nacional hace una semana ha comenzado a verse el filón de la negociación, más que la alocada carrera a ninguna parte. En su discurso ante el Congreso, Milei convocó al «Pacto de Mayo». Los adversarios del Gobierno nacional no demoraron en denostarlo como una «imposición», antes que como una invitación al consenso. Con independencia de ese debate (y sin restarle trascendencia), lo cierto es que Milei pasó de confeccionar listas de «leales y traidores» a convocar a sus antagonistas a conversar. La mayoría de los aludidos accedieron.El camino ha dejado aprendizajes para uno y otro bando. El Gobierno de Milei ha aprendido que, entre los límites que establecen las formas constitucionales de Gobierno y su debilidad parlamentaria, su gestión deberá darse «con» los gobernadores, no al margen de ellos. El ministro del Interior, Guillermo Francos, anticipó temprano en la semana la intención del Gobierno de reponer el cobro del Impuesto a las Ganancias. Por estas horas, confirmó que mandará un proyecto de ley al Congreso y advirtió que si no se aprueba esta norma, el Gobierno podría cobrar el tributo retroactivo al último trimestre del año pasado, como consecuencia -alegó- de errores y omisiones de la gestión anterior. Léase, el primigenio planteo de los mandatarios provinciales será atendido.Los gobernadores también tuvieron su lección: Milei no se arroja del auto. Aunque en desventaja en el Congreso, se mostró inflexible. Justamente, una de las estrategias de negociación en el «juego de la gallina» es hacerse fama de competidor duro. Eso sí: ello no lo dispensa de las escandalosas declaraciones que realizó en una charla en Expoagro. Con independencia de la chabacanería de sus exabruptos, como la amenaza de «mear» a los gobernadores que no respalden sus políticas (y que responde a la construcción de su «personaje» negociados), su advertencia ante un grupo de productores y empresarios de que esta dispuesto de «cerrar el Congreso» configura una de las amenazas más escandalosas formuladas por un presidente constitucional. Si Cristina Fernández de Kirchner hubiera deslizado, siquiera, una insinuación semejante, las alertas institucionales y las alarmas políticas se hubieran gatillado de manera instantánea. Si no habrá un airado repudio desde esos sectores, se asistirá a la reedición de un doble estándar alarmante respecto de la calidad republicana. Y con ello advendrá un nuevo triunfo del populismo en la batalla cultural.Los cambiosHuelga decirlo, tampoco quedará todo resuelto a partir del encuentro de hoy. Ni del «Pacto de Mayo». Hay gobernadores que han adelantado su apoyo, sin dejar de hacer notar que quieren conocer en detalle el alcance del acuerdo, así como recomponer sus erarios descompensados. En la lista, que tiene a la cabeza al tucumano Osvaldo Jaldo, se anotan críticos como Martín Llaryora (Córdoba) y Maximiliano Pullaro (Santa Fe); patagónicos con la guardia alta, como Ignacio Torres (Chubut) y Rolando Figueroa (Neuquén); dialoguistas como Leandro Zdero (Chaco), Raúl Jalil (Catamarca) y Rogelio Frigerio (Entre Ríos); disconformes como Jorge Macrí (a la Ciudad de Buenos Aires no le restituye los fondos coparticipables amputados por el kirchnerismo); y «moderados» como Carlos Sadir (Jujuy), Gustavo Sáenz (Salta), Gustavo Valdés (Corrientes), Hugo Passalacqua (Misiones) y Claudio Poggi (San Luis).Menos convencidos, aunque en un principio dieron el «quiero» para una #cumbre», aparecen el santiagueño Gerardo Zamora; y el resto de los patagónicos (el rionegrino Alberto Weretilneck, el santacruceño Claudia Vidal y el fueguino Gustavo Mellella), que se pusieron en pie de guerra durante la última semana de febrero. Otro tanto aplica al formoseño Gildo Insfrán.Resulta ineludible reparar en que si esta pluralidad de gobernadores accede al diálogo con la Nación, la doctrina aislacionista del jaldismo (el tucumano fue el único que eludió toda confrontación con la Casa Rosada) habrá resultado acertada. Jaldo terminaría en el mismo lugar que sus pares, aunque sin el desgaste de ellos. Más aún: la deuda con la Nación (unos $ 73.000 millones, con la última actualización) era tormentosa para la administración provincial, a la vez que representaba una gota en el océano del presupuesto nacional. La Casa de Gobierno fue la primera en refinanciarla, cuando quedar en el último lote era una posibilidad cierta. Y, simultáneamente, era el infierno más temido.Si se encarrilan las conversaciones, «el juego de la gallina» quedará anulado. A los gobernadores les pasaban los días, las planillas salariales y los compromisos con acreedores, sin obtener de la Nación más respuesta que «no hay plata». A Milei también le corría el reloj de la «luna de miel» inicial con la sociedad, que hasta acá ha tenido más «relato» que aciertos. La inflación de diciembre y de enero suma 45%; la de febrero se proyecta en torno del 15%; y marzo, históricamente, presenta una tendencia a la alza del Índice de Precios al Consumidor. Los salarios no se recomponen a ese ritmo. Las jubilaciones, ni hablar. A ello le seguirá la eliminación de subsidios a la energía. Serán meses aciagos, en los que se necesitará mucho más que echarle la culpa a «la casta» para llegar al invierno?Probablemente eso están mirando los gobernadores que han rechazado el convite. El pampeano Sergio Zilliotto, que refrendó el documento «Provincias unidas del sur», con la amenaza del paro petrolero; el riojano Ricardo Quintela, jaqueado hasta el extremo de reeditar una cuasimoneda provincial; y el bonaerense Axel Kicillof, cuyo distrito tiene una gravitación incontrastable.La provincia de Buenos Aires es la eterna contingencia de la Argentina: una federación en la que ese solo distrito concentra casi la mitad de la población del país. Su peso económico también es rutilante: genera, prácticamente, un tercio del PBI de toda la Nación. Que La Rioja entre en default por un bono «verde», por pagos de U$S 26 millones (abonó U$S 10 millones en intereses a los bonistas y demoró el resto) puede resultar anecdótico. Pero una cesación de pagos bonaerenses no es un chiste. Ni para esa provincia ni tampoco para la Argentina. Ese distrito debe enfrentar desembolsos por U$S 700 millones, la mitad en este semestre y el resto en septiembre.En «Rebelde sin causa», el resultado del «chickie run» es el peor. Buzz no logra salir de su auto porque la manga de su campera se engancha con la palanca de la puerta. Es decir, en su versión original, «el juego de la gallina» enseña que enredarse en la competencia es fatídico. Y, por sobre todo, deja en claro que en la escalada de una puja irracional, el que gana, en realidad, pierde.
La carrera al abismo de Milei y los gobernadores
8 marzo, 2024
La Gaceta