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Llega en el momento justo. No solo porque dos años sin vernos las caras es demasiado tiempo. Expoagro, que abre las puertas el martes próximo, será un punto de encuentro crucial. El agro está en el centro del tablero. En todo sentido. A nivel global y a nivel local.
Estamos todos conmovidos por las imágenes de una guerra que además sorprendió al mundo con la guardia baja. Pocos imaginaban semejante delirio. Ahora tenemos que ubicarnos frente a una nueva realidad.
Y actuar en consecuencia.
Salvando las distancias, viene a mi memoria aquella primera Expodinámica, la de La Laura en Chacabuco, hace 39 años. Fue cuando se inauguró la saga de las muestras de tecnología agropecuaria en acción.
Desde entonces, se constituyeron en una poderosa palanca para impulsar el desarrollo del sector. Fueron clave en lo que aquí bautizaríamos, años más tarde, como la Segunda Revolución de las Pampas.
Te cuento: aquella Expo fue en marzo de 1983. Veníamos de la derrota de Malvinas.
El país estaba deshecho, pero ya el campo era una esperanza. Hablábamos de sembrar «el trigo de la victoria». Había que dar vuelta la taba después de ese ciclo ominoso.
Democracia y resiliencia.
Todavía no producíamos ni 30 millones de toneladas de granos, la soja recién hacía sus pininos, pululaban el sorgo de Alepo y el gramón. La siembra directa no existía. La erosión era galopante y gastábamos miles de litros por hectárea para sacar 35 quintales de maíz y 18 de trigo (rindes nacionales).
En La Laura el evento central era la cinchada de tractores. A ver cuál tiraba más rejas. Parafernalia de arados, aunque avanzaba la labranza vertical con los cinceles, cultivadores de campo, vibrocultivadores, escardillos y toda la parafernalia de instrumentos de tortura de los suelos. Año a año, fuimos viviendo la transformación. Las Expo fueron la vidriera de un cambio feno menal, que tuvo un eje del que por entonces no se hablaba: la sustentabilidad basada en la siembra directa.
Y esto tiene que ver con el mundo que viene.
Ya no es solo el cambio climático lo que nos obliga a ser más sustentables. Hay nuevas razones, por azar o error de cálculo.
Los precios agrícolas están volando. Pero también el costo de algunos insumos críticos, en particular los fertilizantes. Ya habían subido fuerte, simplemente por «demanda derivada». Con la mejora de las cotizaciones, todo el mundo quería sembrar y eso requería más abonos. Pero resulta que los grandes proveedores del mundo son los rusos.
Hemos visto imágenes de plantas de amoníaco atacadas por los invasores, que además volaron una oficina en Ucrania de la noruega Yara, uno de los grandes proveedores globales.
Así que la urea se puso hiper crítica.
Y esto agarra a la agricultura argentina en la vanguardia de una transición fenomenal.
Siempre fuimos cuidadosos con el uso de fertilizantes. Pero la irrupción de los cultivos de servicio (en particular, leguminosas) significó un escalón de alto impacto. Nadie sabe tanto de fijación simbiótica de nitrógeno como en estas pampas.
A esto le debemos sumar el avance de la fertilización por ambiente. Y el uso de productos más específicos, diversos y que actúan en menor dosis. Cuando se inauguró la planta de fertilizantes microgranulados (joint de la local Rizobacter con una empresa francesa) Pergamino, hace cinco años, parecía un elefante blanco. Ya colmó su capacidad instalada y ahora están analizando una expansión.
Los avances en biotecnología apuntan a lo mismo: eficiencia en el uso del nitrógeno, el fósforo, el potasio. No lo consumen las malezas ni se lo comen los insectos. Hoy, esa eficiencia no es solo un tema de ecología, sino fundamentalmente una opción frente a la crisis de la oferta en un mundo en guerra.
Todo esto pone el telón de fondo y la guía para recorrer la Expoagro. No es una simple juntada de fierros, plots de cultivos y gente interesante. Es una muestra de la agricultura que se anticipa a los acontecimientos, huyendo hacia adelante. Y gracias a la cual la Argentina mantiene esperanza.
Sí, llega en el momento justo.